Mi caos ordenado

¿La verdad nos hará libres?
may
23
Leí esta mañana una noticia sobre la disculpa que 63 años
después la agencia AP (Asociated Press) ofreció al finado periodista que fue
despedido cuando, desobedeciendo una instrucción del alto mando aliado, decidió
publicar la noticia de la rendición alemana que puso punto final a la Segunda
Guerra Mundial.
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Edward Kennedy |
A pesar de haber presenciado este histórico hecho, Edward
Kennedy (si ni el apellido lo salvó ¿qué podíamos esperar los demás?) fue
despojado de su cargo como jefe de la agencia en Europa.
Según se cuenta en el artículo, Kennedy debía esperar 36
horas, al igual que los representantes de todos los medios del mundo, para dar
a conocer la noticia en un afán por terminar de limar algunas asperezas
surgidas con los rusos por las condiciones pactadas para la rendición y claro,
la consiguiente repartición de riquezas, indemnizaciones y territorios.
No obstante lo anterior, Kennedy afirmó haber escuchado que
la radio alemana daba la primicia a su población, apenas unas horas después
sucedido el hecho (la firma se realizó el 7 de mayo de 1945, a las 2:41 de la
mañana, en las oficinas del presidente Eisenhower. Las hostilidades no cesaron
hasta pasadas las 11 de la noche del día siguiente). En el citado texto se
especula que fue una forma de enterar a ciertos personajes de las fuerzas nazis
y darles tiempo suficiente para escapar a territorios menos peligrosos y más “hospitalarios”.
Además, las razones de este embargo informativo eran más del
orden político que de seguridad, por lo que Edward decide llamar a sus
superiores (a los cuales no puede localizar) y posteriormente dictar a un
redactor, ubicado en las oficinas centrales de AP, la que sería una de las notas
más relevantes de todos los tiempos.
Huelga decir que fue despedido sin contemplaciones por
órdenes, dicen, del mismo general Eisenhower, quien rompió en pequeños pedazos
la credencial que acreditaba a Edward como periodista y prohibió que fuera
recontratado por cualquier medio de comunicación relevante de la época.
Este hombre nunca pudo volver a ver su nombre impreso como
autor de notas, crónicas o columnas de periódico importante alguno. Sobrevivió
haciendo trabajitos en diarios locales de los Estados Unidos hasta su muerte en
1963, a los 58 años de edad.
Todo ello me ha hecho reflexionar sobre lo que nos enseñan a
los estudiantes de comunicación y periodismo de todo el planeta y lo que
realmente sucede en este mundo de las verdades a medias.
“El valor por excelencia de un periodista debe ser la veracidad”,
nos decían en la universidad. Sin embargo, esa sentencia parece cada vez más
hipócrita (irónica o cínica en el mejor de los casos) de lo que un estudiante
joven e idealista podría interpretar por su falta de contacto con el campo de
guerra real que significa ser un cronista ético en estos días.
La verdad es un pasaje a la cárcel, la muerte o la persecución
de abogados o personajes aún más oscuros. La denuncia es ya una insensatez antes
que un deber moral o ciudadano. La autocensura priva cuando la censura
corporativa deja territorio en el cual desenvolverse. Un periodista se
convierte en un mercenario.
Pero seamos francos, la verdad siempre incomodará a los
poderosos. Es imposible vestirse de poder sin mancharse los pies de lodo y las
manos de tinta de billetes (o de sangre). Cuando el periodista admite que esa
tinta, y no la que sirve para vertirse en letras, se meta a su torrente
sanguíneo, mal vamos.
Ser un periodista ético, honesto y crítico se ha convertido
en una actividad de alto riesgo y digo esto sin emplear figuras retóricas; es
una realidad. Pero más que una realidad es una vergüenza y una carga que sale
muy cara a las sociedades del mundo. La verdad no debería ser letra de cambio
sino letra, por sí misma, que ilustre las esencias de estos tiempos para dar
paso al análisis, la crítica, las propuestas, los cambios, tiempos mejores. La “verdad”
es hoy una carta abierta a los pretextos, las justificaciones, la asignación
rotatoria de culpas, las negociaciones "en lo oscurito", las cacerías de brujas, los juicios sumarísimos sin
sustento, la lapidación y la pena de muerte.
La libertad de expresión es absoluta en sí misma, o debería
serlo; No se puede ser “medio libre”. Este argumento me lleva a decir que ese
concepto es una quimera que habita sólo en las mentes llenas de ideales y
mundos perfectos.
A pesar de ello, creo en el poder del individuo; la fuerza
de uno. Si esa fuerza se suma a la fuerza de otro se logran los cambios, pero
para eso hace falta convicción, valor, coraje y mostrarlos. Puedo sonar pesimista, pero me gusta pensar
que tengo una pequeña entusiasta dentro de mí que sobrevive a escondidas ¿Podremos
con la verdad? ¿Seremos capaces de preservarla y luchar por ella? Sinceramente,
creo que sí. Sólo falta querer hacerlo.
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