Mi caos ordenado

Crónica de estrógenos y otros humores...
Gabriela Acher nació en Uruguay, pero desarrolló su carrera como comediante y actriz en Buenos Aires.
A lo largo de su trayectoria obtuvo diversos premios por sus trabajos en televisión y el teatro, pero también obtuvo un galardón por su lucha a favor de la igualdad entre mujeres y hombres.
Es autora de varios libros de humor, entre ellos "Si soy tan inteligente, ¿por qué me enamoro como una imbécil?" y "Algo sobre mi madre (Todo sería demasiado)".
"No se nace, sino que se deviene mujer"Simone de Beauvoir
Yo nací en Uruguay, porque en ese momento quería estar al lado de mi madre.
Mis padres no eran pudientes, pero a mí no me privaron de nada. Yo tuve todos los complejos que quise.
Pero mi llegada trajo alegría al hogar: al verme la cara, toda la familia lanzó una carcajada. Desde ese momento tomé conciencia de que mi destino era hacer reír.
Por aquella época, en Uruguay la televisión todavía no existía, así que mi hermanita y yo mirábamos la radio.
Por supuesto que el sexo tampoco existía. Todos nacíamos de repollos o nos traían cigüeñas de París. La versión más revolucionaria era la de la semillita.
Sexo no, hermanas sí
Pero las hermanas mayores ya existían y yo tenía una, así que me pareció la persona más indicada para informarme cómo habla sido mi nacimiento. Me dijo que no sabía, porque yo era adoptada.
Y así crecí, sanita de la cabeza, con una sólida formación acerca de mis orígenes animales, vegetales o desconocidos.
"Quería vivir el éxtasis de la pasión. Y eso... en aquella época... ¡se llamaba matrimonio!"Para la hora de la primera menstruación, el evento me tomó tan de sorpresa que creí que había llegado el momento del juicio final. Pensé:¡Esto debe ser la muerte! (y le pegué en el palo).
Por suerte, mi santa madre me dio una exhaustiva explicación que disipó todas mis dudas. Me dijo: "Ya sos señorita".
La palabra "señorita"-dicha con una connotación tan seria y asociada con la sangre- me dio la certeza de que estaba ante una "enfermedad incurable".
Aterrorizada, fui a buscar al rabino de cabecera de la familia a ver si él podía darme alguna explicación que me consolara un poco. Lo encontré en la sinagoga, oficiando, pero no me dejaron acercarme a él ya que las mujeres en la sinagoga teníamos que ir al piso de arriba.
Cuando finalmente le pregunté por qué, su respuesta me dejó helada. Me dijo: "Las mujeres tienen que ir al piso de arriba porque pueden estar sucias con la menstruación, y no deben estar cerca de las Tablas de la Ley".
El amor, la pasión y el matrimonio
¡Así fue cómo descubrí no sólo que la menstruación era algo que me ensuciaba a mí, sino que hasta podía llegar a salpicar a Dios!
Desesperada, volví a mi casa y le pregunté a mi mamá: "Por favor, decime la verdad, yo sé que esto no tiene cura ¿voy a tener que pagarlo con la vida?".
Pero ella, con su infinita sabiduría, me tranquilizó y me dijo: "Sí, querida, pero no te preocupes, que se paga en cómodas cuotas mensuales".
Me di cuenta de que yo no sabía lo que era una ser mujer porque todavía no había conocido el amor Algunos años más tarde, yo había dejado de crecer para arriba y había empezado a crecer para afuera. Me estaba convirtiendo en una mujer, pero me di cuenta de que yo no sabía lo que era una ser mujer porque todavía no había conocido el amor.
Empecé a desear conocer los goces del amor. Quería alcanzar esa felicidad que sólo da el amor. Quería vivir el éxtasis de la pasión. ¡Quería verle la cara a Dios...!
Y eso... en aquella época... ¡se llamaba matrimonio! Recordé los consejos de mi madre, quien me advirtió que mi marido me iba a querer... "molestar" a menudo, pero ella me enseñó a distraerme y pensar en otra cosa.
Y ése era el precio que había que pagar por el matrimonio -me dijo-. Él me daría su apellido y yo, a cambio, le tenía que entregar mi cuerpo.
Durante años pensé que el sexo era una horrible obligación que Dios ponía sobre las mujeres, como la celulitis o los tacos altos. Y como se podrán imaginar, con semejante educación sexual, mi primer anticonceptivo fue la oración Me di cuenta de que por el lado de mi familia, yo no iba a poder obtener ninguna respuesta satisfactoria para el tema del sexo, así que me fui a ver a mi mejor amiga, Becky, y ella me avivó de todo.
Me dijo: "Mira muñeca, las mujeres, con el sexo, tenemos sólo dos posibilidades: ser vírgenes o ser frígidas". Yo elegí la frigidez. Que era igual que la virginidad, pero, por lo menos, ¡conocía gente!
Muchos años más tarde, siendo ya una adulta, un día que encontré a mi mamá más comunicativa, me animé a preguntarle: "Mamá...¿porqué nunca me quisiste hablar sobre sexo?" Y ella me respondió: "Querida, porque yo no sé nada sobre sexo. Siempre estuve casada".
2 Señales de humo:
Saludos Lilith!
guere are yu???
Hugs and kisses
Publicar un comentario