Mi caos ordenado

Mi caos ordenado

En la oscuridad


 





                                                     Lilith:

Después de muchos años de quererlo y a veces ocultarlo, o simular que no importaba no tenerlo, por fin mi esposo y yo logramos concebir.
Algunas veces antes "presentí" que estaba embarazada para que un pedazo de plástico terminara con esa clase de certeza que las mujeres llamamos "sexto sentido" y que confundimos con la fuerza de nuestras propias ilusiones.
Finalmente llego el día en que se confirmó. Unos días antes de Navidad supimos que esperábamos un bebé. Fue difícil no gritarlo a los cuatro vientos y evitar arruinarle la sorpresa a la familia el 24 de diciembre, pero lo hicimos.
Y ya, unas semanas después, todo mundo lo sabía y nuestras sonrisas eran cada vez más amplias y brillantes; la ilusión se volvía fuerza y luz.
Una noche, camino al trabajo, un ebrio al volante de un automóvil se atravesó en el camino sin dejarme mucho tiempo para reaccionar.
Por fortuna logré que el impacto fuera lo menos violento posible, pero el shock fue superior a mi y caí en pánico, pensando que le pasaría algo a nuestro hijo. Por fortuna no pasó del susto y pensé, más que nunca, que este pequeño saldría adelante y no permitiría que nada, NUNCA, lo pusiera en riesgo otra vez.
Siempre he sido disciplinada para conseguir lo que realmente me propongo y esta vez no fue la excepción.
Cada cuidado era poco. Mucho reposo, dieta saludable, manejar mejor el estrés, tragar vitaminas y suplementos por receta como si fueran caramelos... Cada aprendizaje tenía un objetivo tan puro y, a la vez, tan poderoso, que el más duro sacrificio parecía nada.
Lo soñé varias veces ¿sabes? Estuve siempre convencida, contra viento y marea, de que mi hijo era niño. El primer nieto varón.
Cómo recuerdo la primera vez que mi esposo y yo vimos latir el corazón de nuestro hijo en el ultrasonido.
Hasta ese momento todavía no terminaba de asimilar que nos habíamos convertido en padres y guardas de otra persona.
Al ver esa imagen nos invadió una fuerza interna que jamás habíamos sentido antes; una luz enorme y cálida que parece cubrirnos de una omnipotencia indescriptible, sólo por el hecho de que ese nene esté ahí, en la realidad.
Buscar nombre no fue difícil, prácticamente estaba decidido de tiempo atrás en cualquiera de los dos casos.
Pero la vida no deja de mostrarnos lo frágiles e impotentes que somos ante fuerzas mayores e inexplicables.
Unos días apenas antes de cumplir el plazo fatal de los tres meses de mayor riesgo, los primeros del embarazo, empecé a sangrar.
¿Lo curioso? fue la noche de San Valentín ¿Cruel? tal vez, pero la naturaleza no sabe de fechas "conmemorativas".
Presas de una gran angustia llamamos al médico, que me prescribió reposo y algunos medicamentos para frenar una amenaza de aborto.
Llamar al trabajo para avisar fue un tormento. A pesar de todo, parece que en este país enfermarse es una afrenta al patrón, una manera de ser irresponsable y abusivo. Pero en estos casos, las opiniones ajenas van a donde terminan los deshechos corporales.
A la mañana siguiente nuestro médico nos esperaba en el IMSS, el purgatorio en la tierra, para revisarme.
No podía haber lugar más dantesco para saber que tu hijo dejó de vivir; que su corazón ya no late y verlo inerte en ese mismo aparato en el que presenciaste el milagro por primera vez.
Siempre me he sentido una mujer fuerte, lista para sobreponerme a cualquier adversidad, por muy dura que sea. He caído muchas veces y sin embargo, rota o agrietada, he logrado levantarme. Aún así, el golpe recibido ese 15 de febrero ha sido el más devastador de mis 36 años.
No acierto ni me atrevo a abundar en esa sensación para acercarme a describir lo que viví. Sólo sé que las lágrimas acudieron a mis ojos sin permiso para inundarlos hasta cegarme y los espasmos del llanto hicieron presa de mí por un instante que pareció eterno y, sin embargo, dolorosamente insuficiente para desahogar el dolor.
Sólo tú sabes lo que pasó entonces en mí. El vacío, un precipicio, no sé. Tristeza infinita, dolor, pérdida, luto, duelo, indefensión, DOLOR, enorme, punzante, inevitable, natural.
Pero eso no era lo peor. Ni la despedida a solas y sin verlo tampoco.
El proceso físico de sacarlo de mí, el hecho de sentir cómo otro médico introducía en mi vagina, con fuerza y algo de violencia, una pastilla para facilitar la extracción del cuerpo de MI HIJO de mi útero; el hecho de romper fuente en la cama de hospital, hasta el momento de yacer casi desnuda en una mesa de operaciones, con los brazos amarrados, las piernas abiertas ante desconocidos y enfermeras que hablaban de un catálogo de algún producto y los fáciles pagos que tendrían que hacer, mientras lloras a mares lo inevitable, la impotencia y la tristeza de la despedida. ES LA EXPERIENCIA MÁS TERRIBLE DE MI VIDA.
Los dolores físicos no son nada, las secuelas anímicas son profundas, traumatizantes en la misma medida de la ilusión que nos hacía tenerlo en brazos y no verlo cumplido.
Nunca fue un problema para mí entender que, si no llegó a nacer, fue porque algún problema tendría; que era mejor en ese momento y no descubrirlo sin vida una mañana, en su cunita. El hecho es que el dolor es inconmensurable, terrible y demoledor. Sé que pasará, pero en tanto, es terrible.
Ahora, mientras hago este exorcismo personal, llega de la calle la voz de una mujer, en una grabación, cantando el Ave María. Es lejano, tenue, pero es la segunda vez que lo oigo en apenas unos minutos y no sé de dónde viene, pero casi estoy segura que del cielo. Es raro, sin embargo que sea precisamente esa pieza y no algo del rock de moda o algo más, es raro.
Las mujeres estamos hechas de un material que desafía cualquiera existente. Ver a mi marido llorar me hace endurecer derepente y consolarlo. Dejar de lado un momento mis tribulaciones y acariciarle el rostro, mirándolo a los ojos para decirle que estoy bien. Y lo estoy, bien pero triste.
Sé que ésto pasará; que el tiempo, si no lo cura, lo pondrá en su justa dimensión.
Hasta entonces, sólo tristeza.
El tiempo que Dios nos lo prestó, nos hizo inmensamente felices.
Hasta pronto, Iker.

2 Señales de humo:

Anónimo dijo...

Lo has dicho todo Cejitas y no queda más para mí. Estoy triste también, no con el dolor que puede llegar a sentir Jordi, mucho menos con el tuyo, no tiene comparación. Pero el cariño que les tengo, no arroja otro resultado que no sea compartir la tristeza y la esperanza de que pronto tengan una oportunidad más y se concrete a bien.

Es algo que merecen y que Dios y la naturaleza no pueden estar en desacuerdo, son ustedes una pareja maravillosa y merecen ese bebo para que la palabra familia sustituya a la palabra amor.

Te quiero mucho, quiero mucho a Jordi, aunque no lo conozco y les envío el más dulce de los abrazos y consuelo que tanta falta les hace.

… … … …

Lilith dijo...

Lo sé amigo, Jordi y yo te mandamos también un abrazo con todo cariño. Gracias por estar.